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jueves, 10 de julio de 2003

A bordo de un chilcano y un capitán

― ¿Qué se sirve?
― Un chilcano, clásico, por favor. 
El mozo anota en una libretita y se va. Espera mirando por la amplia ventana a la gente que, como él, a esa hora zanganea. Un amigo le saca de su ensimismamiento.

(Mientras se sienta a su mesa) ¡Oye, tú ya no vas al teatro!
― ¡Nicky!

Se saludan como si hubiese pasado años sin verse, luego todo el protocolo: ¿Cómo estás? ¿Qué haces? ¿Estás trabajando? ¿Dónde? Y de nuevo:

― Oye, no te veo por el teatro.
― ¿Cuál teatro?
― Cualquiera. No te veo en ninguna parte ni como público, ¿por qué?
― No me gusta el teatro, prefiero el futbol. (Sueltan la carcajada).

Traen el chilcano, Nicky pide un capitán y sigue la charla:

― ¡Ya, en serio!
― En serio.
― ¿Tanto así?
― Tanto así.
― ¿Por qué manito?
― Porque me olvido de los zapatos.
― ¡Qué?
― Quiero decir que ahí nada me molesta, nada me incomoda; ni el pantalón ni la camisa. La inspiración puede surgir en cualquier momento; garantizado si juega Cueto. La creación, hermano, no importa en qué disciplina, es maravillosa. Es un placer estar presente cuando surge.

Llega el capitán, Nicky lo apura en una y vuelve:

― ¿Fuiste a ver…?
― A los diez minutos sentía los pies hinchados. ¿Sabes lo que es estar diez minutos sentado queriendo sacarte los zapatos?
― ¿Estás hablando en serio?
― Sip.
― ¿Por qué, ah?
― Porque sólo se ponen serios y leen su letra de memoria. 
(Nicky reflexiona unos segundos) Creo que tienes razón. ¡Mozo! Otro capitán. Tú, ¿otro chilcano?
― Otro chilcano.

Y siguen con su charla. En la mesa de al lado, tomo nota: sólo se ponen serios y leen su letra de memoria.

Miraflores, junio 15 del 96; en el Haití

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