Juan Piqueras |
Sonriendo, sólo para mi, recordé también las bromas que le gastábamos a Carmen, cuando yo llamaba por teléfono:
– Aló
– Con el poeta de los sueños azules, por favor
– ¿Con quién?
– Tenga la amabilidad de informarle que le llama el poema sin color.
– Con el poeta de los sueños azules, por favor
– ¿Con quién?
– Tenga la amabilidad de informarle que le llama el poema sin color.
En el silencio de mi habitación, alcanzaba a oír claramente, a través del auricular, a Juan:
– ¿Quién llama?
– ¡Un loco! Pregunta por el poeta de los sueños azules – Oía, entonces, los pasos de Juan acercándose, tomar el teléfono y...
– ¿Cómo está usted mi querido y dilecto amigo?
– No tan bien como usted, ilustrísimo marqués del Puente de los Suspiros y Miramar.
– ¿Quién es? – Alcanzaba a oír que preguntaba, intrigada, Carmen.
– ¡El vizconde de Yerbateros! – Le informaba, protocolario, mi tocayo.
– Par de locos. ¡Juanes tenían que ser! – Profería Carmen, mientras se alejaba.
E iniciábamos una larga charla que terminaba con mi promesa de visitarlos y disfrutar un café en el corredor.