¡El teatro ha muerto! No es posible que, habiéndose desarrollado la tecnología, aún se siga haciendo arte como hace dos mil años; hacer teatro hoy es como escribir con plumas de ganso teniendo una computadora. Así me despidió un amigo hace unos días. Entonces recordé que, en una oportunidad, en el frontis de una universidad norteamericana, apareció cierta mañana el siguiente anuncio: "Dios ha muerto", firmado: Nietzsche; tiempo después, en el mismo lugar, apareció este otro mensaje: "Nietzsche ha muerto", firmado: Dios. Me pregunto, ¿el teatro se acordará de anunciar la muerte de mi amigo? Ha llegado el año 2007 y tengo la convicción de que en el 3000 y los siguientes, el teatro seguirá ofreciendo al hombre el espacio y la libertad para decir lo que quiera decir, hacer lo que quiera hacer y ser lo que quiera ser.
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jueves, 11 de octubre de 2007
sábado, 11 de agosto de 2007
¡Puntualidad!
Ayer asistí al estreno de una obra de teatro. Acudí con tiempo para adquirir mis entradas y tomar un café con los amigos que, como uno, también se sienten de fiesta en estas ocasiones.
Diez minutos antes de la hora programada hacíamos fila para ingresar a la sala. Media hora más tarde nos preguntábamos por qué nos tenían esperando. ¿Nos estaban preparando para algo? Minutos después escuchamos un «¡mierda!» a coro (señal inequívoca de que los actores aún no estaban listos). Entonces pregunté a mis amigos: ¿desde cuándo es parte del espectáculo lanzar una interjección de esa naturaleza? Conservo como algo íntimo desearse suerte, algo apenas perceptible que no me saque de concentración, definitivamente inaudible para el público.
Cuando ingresamos habían transcurrido cuarenta minutos de espera. En la sala aguardamos otros diez minutos.
El teatro busca transmitir, manifestar, exponer, interesar, comunicar. La comunicación es un acto creativo. En el teatro (en este acto) el público participa activamente, no es un simple receptor; él crea con el actor. En la página 51 de El trabajo del actor sobre sí mismo, Constantin Stanislavski dice: “Es difícil despertar el deseo creador, pero destruirlo es extraordinariamente fácil”. Cuando finalmente se dio inicio a la obra, nuestro ánimo había cambiado, nuestras expectativas por ver la obra habían cedido al mal humor.
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