Alguna vez me han preguntado: «¿Qué consejo le darías a un joven que quiera iniciarse en este mundo?». Como no tengo logros lo suficientemente relevantes como para dar lecciones, prefiero no imponer un camino; me limito a alentar, a hacer barra.
Pero sí puedo advertir sobre algo de lo que yo mismo fui culpable.
Cuando empecé, me decían que fuera original, que todo lo mío debía surgir de mi inventiva: algo inédito, novedoso, diferente. Con el tiempo, yo también caí en esa idea. Estaba convencido de que, en mis inicios, había malgastado tiempo y esfuerzo copiando a otros, y quería ahorrarles ese rodeo a los que empezaban.
Era un iluso, y no solo en eso. Tardé años en entender que todos damos los primeros pasos sobre caminos trazados por otros. Por eso ahora, en lugar de sermonear, animo a copiar sin miedo.
No importa cuánto lo intentes: jamás lo harás exactamente igual. Tus diferencias —conscientes o no— se filtrarán en lo que hagas. Además, no copies por obligación, sino por curiosidad, por aprender. ¿De qué otra forma podrías hacerlo? Solo recorriendo ese camino, una y otra vez, irás encontrando tu propia voz. La originalidad llega con la persistencia.
Aprovecha esos primeros pasos copiando para dominar tu técnica, como el aprendiz de pintura que, al estudiar la obra de un maestro, no solo reproduce lo evidente, sino la pincelada misma… hasta encontrar la suya propia. ¡Y la composición! Hasta descubrir su manera única de ordenar el lienzo.
En el camino, oirás muchas opiniones. Hazte el sordo. Pero sé honesto contigo: cuando sientas que has desarrollado tu propia fuerza, abandona la ruta sin mirar atrás y construye tu propio camino. Y hazlo bien, porque alguien más podría seguirlo.
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