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viernes, 4 de febrero de 2011

Al borde de una taza de café

Me encontraba en un café, resolviendo los problemas del mundo, cuando se acerca un joven y, sin más trámite, me extiende la mano y dice:
  • Quiero aprender mimo.
  • ¡Qué bien!
  • ¿Dónde queda su escuela?
  • ¿Mi escuela?
  • Sí, su escuela de mimo.
  • ¡Ah! ¡Mi escuela! No, no tiene local —Ante su expresión de sorpresa, tengo que explicarle — Cuando hablo de la escuela no me refiero a un espacio físico, un edificio o una casa, sino a un método de enseñar y trabajar este arte. ¿Quieres estudiar mimo?
  • ¿Por qué?
  • Porque quiero enseñar. Ahora hay mucha gente que quiere aprender.
  • ¡Ah! Te parece que sería un buen negocio
  • Si, ahora llaman mimos para todo, hasta para dirigir el transito.
  • ¿Cuánto tiempo estás dispuesto a dedicarle al aprendizaje?
  • Quiero aprovechar el verano, unos tres meses.
  • ¿Te parece que con tres meses sería suficiente para aprender mimo?
  • Puede ser un poco más, uno o dos meses más para aprender bien. ¿En cuánto tiempo me puede enseñar usted?
  • Pues me la pones difícil.
  • ¿Por qué?
  • No se me ocurre cómo enseñarte en unos meses lo que me está llevando años.
Se pone de pie, contrariado, cree que lo desestimo como alumno, me da la mano y se retira.
Vuelvo al café y sigo resolviendo los problemas del mundo.

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