Me encontraba en un café, resolviendo los problemas del mundo, cuando se acerca un joven y, sin más trámite, me extiende la mano y dice:
- Quiero aprender mimo.
- ¡Qué bien!
- ¿Dónde queda su escuela?
- ¿Mi escuela?
- Sí, su escuela de mimo.
- ¡Ah! ¡Mi escuela! No, no tiene local —Ante su expresión de sorpresa, tengo que explicarle — Cuando hablo de la escuela no me refiero a un espacio físico, un edificio o una casa, sino a un método de enseñar y trabajar este arte. ¿Quieres estudiar mimo?
- Sí
- ¿Por qué?
- Porque quiero enseñar. Ahora hay mucha gente que quiere aprender.
- ¡Ah! Te parece que sería un buen negocio
- Si, ahora llaman mimos para todo, hasta para dirigir el transito.
- ¿Cuánto tiempo estás dispuesto a dedicarle al aprendizaje?
- Quiero aprovechar el verano, unos tres meses.
- ¿Te parece que con tres meses sería suficiente para aprender mimo?
- Puede ser un poco más, uno o dos meses más para aprender bien. ¿En cuánto tiempo me puede enseñar usted?
- Pues me la pones difícil.
- ¿Por qué?
- No se me ocurre cómo enseñarte en unos meses lo que me está llevando años.
Se pone de pie, contrariado, cree que lo desestimo como alumno, me da la mano y se retira.
Vuelvo al café y sigo resolviendo los problemas del mundo.
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