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sábado, 9 de julio de 2011

El mimo y el teatro

Que la mímica es esencial en la carrera del actor es una verdad de perogrullo. Pero, a pesar de que esta es estudiada por el mimo, este no es tomado en cuenta en esta tarea porque, erróneamente definido por un accidente —la prescindencia de palabras—, en general se piensa que se reduce a una suma de habilidades más o menos vistosas, rayanas con la ilusión óptica. Desde esta perspectiva, muchos equivocadamente creen que su aprendizaje conduciría a una brillantez vacía o a maneras estereotipadas.

Es más, se ha arraigado un prejuicio injustificado en los profesores de teatro y, a través de ellos, en los alumnos respecto de la práctica del mimo. Argumentan con mucha facilidad que su ejercicio deforma.

Lo sorprendente es que quienes sostienen esto no tienen antecedentes en este arte; su experiencia se limita a la de espectador de algún programa de Marcel Marceau o de una réplica, cuando no de malas imitaciones.

Asimismo, he tenido la oportunidad de participar en debates donde se calificaba de mimo cualquier ejercicio silencioso o la utilización de algún esbozo técnico de este arte.

Este arte no solamente es un juego silencioso, es una manifestación artística que exige del intérprete todo lo que se le pide al actor parlante; sus principios son los mismos, solo difieren en sus obras.

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