—¡Feliz día! —me espeta a las 8 de la "mornin" el colega César Chirinos.
Mientras me sacudo pesadamente el sueño incompleto, pregunto:
—¿Qué día es hoy? Porque, hasta donde recuerdo, hoy vence el día de pago de mis deudas.
—Dicen los hijos de Marceau que es el día internacional del mimo —responde.
—Ah, cierto… —Temprano (eufemismo de "ayer"), había brindado por el silencio en estos términos:
Juré ser el señor del silencio,
maestro de gestos, poeta del aire,
pero hoy me obligo a romper el hechizo
y a soltar palabras... ¡qué descuadre!
¿Cómo explicar con voz lo que las manos
dibujaban en el espacio puro?
¿Para qué sirve un "¡Oh!" melodramático
si un puño al pecho ya lo dice duro?
Un discurso sobre el arte de no decir nada...
Me traiciona la lengua, el acento me delata,
vendiendo silencios... ¡a gritos y con ritmo!
¡La ironía muerde como un perro mudo!
(¿Ven? Esto antes lo hacía con mi mirada).
¿Quién soy si digo “yo”?
Se perdió el honor de aquel que hablaba con risueña cara...
Y bla bla bla…
¡Feliz día del mimo!
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