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viernes, 2 de mayo de 2025

El juglar del siglo XX

Amigos, Herederos de la Memoria:

No despido a un hombre; celebro la vida de un artista monumental, un verdadero juglar de nuestro tiempo: Jorge Acuña Paredes. Su historia es un recordatorio de que la grandeza a menudo se encuentra en los lugares más inesperados, lejos de los reflectores y los salones de élite.

Quiero honrar a un hombre que no esperó un permiso para hacer arte, que no necesitó escenarios consagrados para conmover, que eligió el suelo desigual de las calles como su gran teatro. Un hombre que, en tiempos de golpes militares y carreras espaciales, decidió que su revolución sería de gestos, de cuentos y de risas compartidas bajo el cielo abierto de Lima.

Jorge Acuña Paredes, el mimo que al trazar un círculo con una tiza blanca en el suelo de la plaza San Martín, no solo delimitó un escenario: rompió el mito de que el arte era privilegio de unos pocos. "Tú eres el espectador y yo el actor", decía, borrando con esa frase décadas de jerarquías culturales. Los periódicos hablaban de un "loco", pero ese loco era, en verdad, un sabio: sabía que el teatro no nació en palacios, sino en las plazas, bajo la sombra de los árboles, donde la vida pulsa sin etiquetas.

Durante más de diez años, convirtió la plaza en su academia y en su templo. Con pantomimas como "La Sopita de los Pobres" o cuentos como "El ladrón que robó al ratón", no solo entretenía; interpelaba. Sus historias eran espejos donde el Perú se veía —a veces riendo, a veces incomodado—, pero siempre reconociéndose.

El mundo lo celebró antes que su propia tierra. Le Monde lo llamó "el verdadero juglar del siglo XX", y festivales como el de Nancy o Irán lo acogieron. Pero Jorge no buscaba fama; buscaba diálogo. Por eso, cuando le preguntaban "¿por qué en la calle?", respondía que allí empezó todo: "Nos habíamos olvidado... fuimos engañados".

Se fue a Suecia vestido de negro, con una máquina de escribir al hombro y una flor roja danzando en su sombrero. Algunos creyeron que volvería pronto, pero su exilio duró décadas. Sin embargo, como los grandes mitos, su legado no conoce fronteras. Hoy, cada artista callejero que transforma una esquina en escenario, cada mimo que desafía el ruido con silencio, cada cuentista que siembra palabras en el asfalto, lleva un poco de Jorge dentro.

Jorge Acuña Paredes no se fue; se multiplicó. En cada plaza donde alguien dibuja un círculo y dice "Aquí, ahora, esto es teatro", allí está él. En cada risa que estalla en medio del caos urbano, allí está él. En la terquedad de creer que el arte no es lujo, sino pan, allí está él.

Maestro, juglar, loco lúcido: gracias por enseñarnos que la calle no es el final, sino el principio. Que el arte no pide permiso; se toma la palabra. Y sobre todo, que la locura más hermosa es aquella que nos devuelve la libertad de crear, sin más testigos que la vida misma.

¡Que el aplauso de hoy no sea solo nuestro, sino de esas plazas que aún te esperan!

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